11 jun 2010

Satanasa Cienfuegos

Esta mujer bravía que nació en San José de Mayo (Uruguay) hace casi doscientos años, pasó parte de su vida en uno de los enclaves más solitarios y tristes del mundo: en Isla Soledad o, como la llaman los británicos, East Falkland.

Llegó a esas tierras a bordo del Levensides un carguero que transportaba guano y que naufragó frente a la costa de Stanley. Salvó la vida casi toda la tripulación pero no su padre que ya era viudo y además prófugo.


Ella era muy jovencita, de apariencia cañaticle pero con mucho carácter y por eso entró al servicio de una tabernera que se apiadó de ella y la exprimió a cambio de cama y comida.

Como en aquella segunda mitad del siglo XIX la industria ballenera estaba boyantísima, a la taberna nunca le faltó parroquia para gastar la paga; de manera que Satanasa, bien pronto, puso precio a su coño con mucho éxito.

Cuando, en tan extrañas circunstancias que ni la historia las ha aclarado, murió la tabernera ella se apoderó del negocio y multiplicó sus ganancias.

El roce y el tiempo la unieron a John Scott-Jervis un comandante de la Royal Navy con el que se trasladó a la capital del imperio y terminó convirtiéndose en Lady Barbara Scott-Jervis de modo que su nombre y apellidos iniciales quedaron en segundo o tercer plano.

Su indudable talento para la trepa social le hizo acumular riquezas en forma de herencias diversas entre las que tempranamente ejecutó la de su marido, John Scott-Jervis, que desapareció en el Pacífico durante un tifón.

En su suegro encontró la horma de su zapato y ya parecía que su meteórica carrera iba a estancarse cuando llegó una tristísima noticia de la India: el primogénito de Sir Harold Alexander Scott-Jervis había muerto al ser atacado por un tigre, de manera que la enorme hacienda y la industrial tetera de la región de Assam quedaban sin dirección. Sir Harold sin duda lo pensó bastante pero, sabiendo que a la larga lo perdería todo, optó por perder de vista a su nuera y la mandó a la India para que se hiciera cago del negocio.

Aquello fue un acierto porque los beneficios casi se triplicaron. El opio y no el té era el motivo de las grandes ganancias.

En 1905, durante la partición de la provincia de Bengala, que dividió también los predios de Barbara Scott-Jervis, murió ésta a la edad de sesenta y nueve años de una apoplejía.

La hacienda y el pingüe negocio quedaron en manos de Bo-gui C. Gong un honorable ciudadano chino que siguió comercializando el Assam Tea hasta que fue cruelmente asesinado un año antes de la independencia de la India.