3 sept 2014

Quemar

Si nos creemos que Nerón, en un pronto pasional, mandó quemar Roma, tenemos que admitir que lo hizo para avituallarse de un placer tan enorme como el desastre que provocó; placer que, a escala bonancible, podemos equiparar al que se obtiene de pasar una velada al amor de la lumbre.

Otra Roma, la pontificia, ha sido a su vez mucho de quemar porfiadamente  a los librepensadores y los gerentes de esa comercial, debieron ser retribuidos también con un placer indescriptible a juzgar por su productividad.

Burning Man 2013
Quemar es una actividad fuertemente adherida a la condición humana, adictiva y que cría pirómanos que si son asociales, devastan bosques por patología o por encargo y si son sociables, se organizan en comisiones falleras.

Aunque quemar, en sí mismo, solo significa abrasar o consumir con fuego, a las personas de cacumen febril les ha dado por interpretar la quema como una purificación. Quemar, pues, siempre es un rito. La quema del rastrojo cierra el ciclo de la cosecha, la quema de libros anticipa la barbarie, la de la cruz desata el miedo cerval...

De las quemas con carácter ritual que pueblan el mundo, por más trascendentes que sean con sus ríos y sus muertos, sólo hay una cuya liturgia es sugestiva y turbadora. Se trata del Burning Man. Este espectacular acontecimiento alcanza su cénit con el rito del fuego como expiración de la ilusión de la libertad absoluta, del paraíso en la Tierra, sin directores espirituales ni pasaportes, para el hombre desprovisto de circunstancia.