De la enorme galería de listos infumables que podemos encontranos a lo largo de los años, uno de los más peligrosos -descontando a los cocineros y a los argentinos- es sin duda el empleado de pajarería.
Esos sujetos se arrogan conocimientos sin cuento y regentan la pajarería como un obispo oficiando misa: con un aplomo y un conocimiento de causa que para qué; y su causa no es otra que vender mucho y muy caro para que el cliente pague la osadía de haber entrado en la nómina de los "me faltaba algo".
Otro día pasaremos revista a los veterinarios, esa profesión otrora minoritaria y actualmente pujante hasta hacer palidecer a los farmacéuticos.