En aquellos años de feliz inocencia no era habitual
disponer fácilmente de música. Tocadiscos (picús, que se decía) no
había en todas las casas y magnetófonos, pocos; por eso la radio era el
postigo por el que se colaba la música en miles de hogares españoles.
Las
canciones, las ponían enteras para respetar a los artistas y al asombro de los radioyentes.
La madre de Catecúmeno Mirón, diligente ama de casa,
amenizaba sus tareas con la radio, dulce compañía. Solía hacer algún descansito
mirando hacia ninguna parte mientras radiaban alguna copla bonita; luego seguía
a lo suyo, suspiraba y muchas veces se arrancaba a cantar ella misma. Eso era la admiración de Catecúmeno Mirón. ¡Qué chorro de voz!
¡Qué limpio y entonado!
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