Uno se cree que, metido
en el siglo veintiuno entre faceboocks, whatsapps, twiters y todas las redes de
información que se nos ocurran, es imposible que el ahora mismo nos depare una
sorpresa que no sea tecnológica; pero va y al dar la vuelta a una esquina del
verano, se nos aparece una rondalla de pulso y púa que para ante una puerta y se
arranca a cantar “La Aurora”. Las luces de la casa aumentan su intensidad, la puerta se entreabre y la cara que asoma da un grito emocionado
y el cuerpo al que pertenece esa cara sale disparado hacia la calle, mientras
los ojos de esa cara lloran sinceramente y con la misma verdad moquea la nariz
y todos esos fluidos se estampan en una cara, en un cuello, porque así son los
abrazos.