La ciudad ficticia de Bedford Falls, es el marco genial en el que la guapísima Donna Reed y el campechano James Stewart viven una aventura de cuento que se ha convertido en uno de los clásicos navideños de todos los tiempos. Tan adherida está la tierna "It's a wonderful life"al protocolo navideño que, para muchos, es muy difícil imaginar una navidad sin esta película.
Bedford Falls dispone de un alumbrado público escaso pero suplido por los resplandores que emiten los comercios, cines o salones de baile con hipnóticos neones y bombillas multicolores.
Si repasamos las escenas del film nos daremos cuenta de que casi todas suceden en interiores o de noche con una iluminación tan mortecina como la de mi pueblo durante las largas anochecidas de diciembre en las que no había ornato navideño. Las casas tenían su Belén; los comercios, unos espumillones tan brillantes como polvorientos y algunas bolas de vidrio que se quebraban con solo tocarlas. Así de triste era la cosa. Algunos niños, formando coro, pedían el aguinaldo a las puertas de los ultramarinos con las narices rojas y mocosas. Los días se iban en reuniones familiares, misa del gallo y bromas a cuenta de los santos inocentes.
Cada vez que, por navidad, reponen "Qué bello es vivir" y la oscuridad de Bedford Falls se cuela en la circunvolución cerebral de los recuerdos, emergen las noches aquellas en las que las preocupaciones eran pequeñas y parecía que todo iba a ir siempre bien; en las que hasta era posible que el año siguiente abriera la era del pantalón largo.