
Si repasamos las escenas del film nos daremos cuenta de que casi todas suceden en interiores o de noche con una iluminación tan mortecina como la de mi pueblo durante las largas anochecidas de diciembre en las que no había ornato navideño. Las casas tenían su Belén; los comercios, unos espumillones tan brillantes como polvorientos y algunas bolas de vidrio que se quebraban con solo tocarlas. Así de triste era la cosa. Algunos niños, formando coro, pedían el aguinaldo a las puertas de los ultramarinos con las narices rojas y mocosas. Los días se iban en reuniones familiares, misa del gallo y bromas a cuenta de los santos inocentes.
Cada vez que, por navidad, reponen "Qué bello es vivir" y la oscuridad de Bedford Falls se cuela en la circunvolución cerebral de los recuerdos, emergen las noches aquellas en las que las preocupaciones eran pequeñas y parecía que todo iba a ir siempre bien; en las que hasta era posible que el año siguiente abriera la era del pantalón largo.