Cuando se encendió la luz, le dio al botón
que abre la puertecita e introdujo un disco que, después de las advertencias
contra la piratería, las amenazas, trailers y puñetas, liberó por fin las imágenes que
exhibió la pantalla: Un hombre adulto con una enorme camiseta roja, sobrerillo,
peluca y nariz postiza se dirige al público infantil para preguntarle en tono
campanudo: "¿cómo están ustedes?" Entonces la cámara capta un plano de los niños
contestando “bieeen” con enorme alborozo.
Cosme Cuitado, que aún tenía el mando del
aparatillo en la mano, buscó un botón y paró la imagen. Habían pasado lo menos
treinta años y acababa de reconocer a Mari Carmen Martínez Pomar con el
uniforme del Sagrado Corazón y esa diadema fardona que llevaba a veces,
contestándole al payaso que se encontraba bien. No daba crédito, era Mari
Carmen. Se le hizo un nudo en la garganta y cuando acercó la imagen con el zoom
megapíxel (que permite ver todo grande y claro) rompió a llorar como
un idiota. Lo menos treinta años hacía de aquel final de curso.
Los alumnos del Calasanz siempre esperaban a
las niñas del Sagrado Corazón ora para tirarles piedras, ora para hacerles
desplantes pero ese final de curso Mari Carmen Martínez Pomar, no está
esclarecido todavía el cómo ni el porqué, le dio un beso en los labios a Cosme
Cuitado y para cuando reaccionó, ni Mari Carmen estaba ni él tampoco porque con
su familia marchaba camino de Benicàssim donde pasaba el verano. Y hasta ahora.
Su hijo le lanzó un quéhacespapá que le devolvió
a la realidad. Se excusó vagamente sin coordinar la frase y ahí quedó la cosa.