Sin necesidad de seguir ningún curso por correspondencia podemos dejar de ser unos mierdas. Basta con tener un poquito de picardía y, eso sí, algún libro en casa o bien una biblioteca pública cercana.
Los autores literarios, bien es sabido, no tienen ni un pelo de tontos porque de lo contrario, no nos largarían los ladrillos que por lo común tenemos que considerar buena literatura y leer para que se nos tenga en aceptable estima. Pensemos en la basura con la que Dan Brown infestó el mundo y lo bien que le fue.
Esa gente son listos y además lo parecen; así pues, parezcámonos a ellos.
Todo libro lleva su sobrecubierta y en una solapa de ésta, va fotografiado el autor. La cara que pone no solo le retrata físicamente sino también intelectualmente porque nos muestra personas profundas, cultas y preclaras. Pues, hale, a parecernos a ellos.
Vamos a ver unas muestras de lo que tenemos que hacer para parecer intelectuales y dejar de ser unos mierdas.
En el caso de los varones, podemos incorporar posturas displicentes en nuestras manos o graciosas caídas de ojos como en el caso de Javier Marías mientras sostenemos con desdén un cigarrillo encendido, esto último es de lo más transgresor y nos situará en las vanguardias de la intelectualidad. Ir mal afeitado o dejarse barba como el sargento primero Pérez Reverte también mola mucho y no hablemos ya de ese modo sutil de esconder el dedo índice, como para ocultar un moquete, que le confiere al tío una prestancia desconocida.
Colocar la cabeza al estilo de los confesores mientras se muestra un peluco imponente, fruto de los pingües beneficios obtenidos con esa suerte de fraude que son los libros de Carlos Ruíz Zafón , también nos dará pátina y, por si esto es poco, podemos adoptar el corte de pelo años ochenta de Luís Antonio de Villena junto con las gafitas de pasta y esa poca pluma que destila y se nos tendrá por intelectuales acabados.
Pero veamos a las mujeres, que con solo peinarse malamente y poner cara de enfermas como es el caso de la cantamañanas Lucía Etxevarría o la ínclita Ana María Matute ya pueden quedar como intelectuales del copón.
Los autores literarios, bien es sabido, no tienen ni un pelo de tontos porque de lo contrario, no nos largarían los ladrillos que por lo común tenemos que considerar buena literatura y leer para que se nos tenga en aceptable estima. Pensemos en la basura con la que Dan Brown infestó el mundo y lo bien que le fue.
Esa gente son listos y además lo parecen; así pues, parezcámonos a ellos.
Todo libro lleva su sobrecubierta y en una solapa de ésta, va fotografiado el autor. La cara que pone no solo le retrata físicamente sino también intelectualmente porque nos muestra personas profundas, cultas y preclaras. Pues, hale, a parecernos a ellos.
Vamos a ver unas muestras de lo que tenemos que hacer para parecer intelectuales y dejar de ser unos mierdas.
En el caso de los varones, podemos incorporar posturas displicentes en nuestras manos o graciosas caídas de ojos como en el caso de Javier Marías mientras sostenemos con desdén un cigarrillo encendido, esto último es de lo más transgresor y nos situará en las vanguardias de la intelectualidad. Ir mal afeitado o dejarse barba como el sargento primero Pérez Reverte también mola mucho y no hablemos ya de ese modo sutil de esconder el dedo índice, como para ocultar un moquete, que le confiere al tío una prestancia desconocida.
Colocar la cabeza al estilo de los confesores mientras se muestra un peluco imponente, fruto de los pingües beneficios obtenidos con esa suerte de fraude que son los libros de Carlos Ruíz Zafón , también nos dará pátina y, por si esto es poco, podemos adoptar el corte de pelo años ochenta de Luís Antonio de Villena junto con las gafitas de pasta y esa poca pluma que destila y se nos tendrá por intelectuales acabados.
Pero veamos a las mujeres, que con solo peinarse malamente y poner cara de enfermas como es el caso de la cantamañanas Lucía Etxevarría o la ínclita Ana María Matute ya pueden quedar como intelectuales del copón.
En lo tocante a la vestimenta y los complementos, la sobriedad es un valor seguro como bien lo demuestra Alicia Giménez Bartlett con ese sencillo vestido, ese sencillo peinado y ese sencillo collar de perlas que enmarcan su impasible ademán. Pero en el lado contrario hallamos a Carmen Martín Gaite que nos sugiere que la ropa del rastro, bien elegida, junto con una buena gorra, convertirá a la fémina más necia en la intelectual que todos sueñan.
Con estos ocho ejemplos tenemos bastante para comprender que en los libros (en sus solapas) encontraremos los más variados modelos de intelectualidad y sin gastar ni un euro podemos pasar revista a muchísimas fotos que dejarán su poso en nosotros y nos elevarán a la categoría de intelectuales sin tener que leer ni un pijo.
Con estos ocho ejemplos tenemos bastante para comprender que en los libros (en sus solapas) encontraremos los más variados modelos de intelectualidad y sin gastar ni un euro podemos pasar revista a muchísimas fotos que dejarán su poso en nosotros y nos elevarán a la categoría de intelectuales sin tener que leer ni un pijo.
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