Esta mujer bravía que nació en San José de Mayo (Uruguay) hace casi doscientos años, pasó parte de su vida en uno de los enclaves más solitarios y tristes del mundo: en Isla Soledad o, como la llaman los británicos, East Falkland.
Llegó a esas tierras a bordo del Levensides un carguero que transportaba guano y que naufragó frente a la costa de Stanley. Salvó la vida casi toda la tripulación pero no su padre que ya era viudo y además prófugo.
Como en aquella segunda mitad del siglo XIX la industria ballenera estaba boyantísima, a la taberna nunca le faltó parroquia para gastar la paga; de manera que Satanasa, bien pronto, puso precio a su coño con mucho éxito.
Cuando, en tan extrañas circunstancias que ni la historia las ha aclarado, murió la tabernera ella se apoderó del negocio y multiplicó sus ganancias.
El roce y el tiempo la unieron a John Scott-Jervis un comandante de la Royal Navy con el que se trasladó a la capital del imperio y terminó convirtiéndose en Lady Barbara Scott-Jervis de modo que su nombre y apellidos iniciales quedaron en segundo o tercer plano.
Su indudable talento para la trepa social le hizo acumular riquezas en forma de herencias diversas entre las que tempranamente ejecutó la de su marido, John Scott-Jervis, que desapareció en el Pacífico durante un tifón.
En su suegro encontró la horma de su zapato y ya parecía que su meteórica carrera iba a estancarse cuando llegó una tristísima noticia de la India : el primogénito de Sir Harold Alexander Scott-Jervis había muerto al ser atacado por un tigre, de manera que la enorme hacienda y la industrial tetera de la región de Assam quedaban sin dirección. Sir Harold sin duda lo pensó bastante pero, sabiendo que a la larga lo perdería todo, optó por perder de vista a su nuera y la mandó a la India para que se hiciera cago del negocio.
Aquello fue un acierto porque los beneficios casi se triplicaron. El opio y no el té era el motivo de las grandes ganancias.
En 1905, durante la partición de la provincia de Bengala, que dividió también los predios de Barbara Scott-Jervis, murió ésta a la edad de sesenta y nueve años de una apoplejía.
La hacienda y el pingüe negocio quedaron en manos de Bo-gui C. Gong un honorable ciudadano chino que siguió comercializando el Assam Tea hasta que fue cruelmente asesinado un año antes de la independencia de la India.
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