Este hombre de vida azarosa, vio la luz del día en la localidad costera de Hastings (Reino Unido) el 11 de julio de 1693 y a los dieciséis años de edad, harto seguramente de la pesca del arenque, se alistó en el ejército con el que el Conde de Stanhope regresó a España para ver lo que trincaba.
James Cuthbert; así se llamaba nuestro hombre cuando empezó a guerrear en una tierra ajena y en una guerra que consistía en tomar Madrid y abandonarlo sucesivamente.
El día de la Purísima Concepción , las tropas de las que formaba parte, pernoctaron en Brihuega (Guadalajara). Estaban exhaustos y hacía un frío furioso. No encontraron hospitalidad sino alarma plenamente fundada porque, con la oscurecida, recibieron las primeras andanadas de un bombardeo que la artillería apostada en los altos cercanos, prolongó toda la noche.
Allí, una bala de cañón le arrancó el brazo izquierdo y la consciencia durante varios días. Cuando la recuperó, le dijeron sus compañeros de armas que les evacuaban a Barcelona porque les habían canjeado; de manera que se vio en esa ciudad donde entabló amistad con un marino holandés muy sabio que le convenció para navegar rumbo a Denia mediante un cauto cabotaje nocturno y huir de una guerra de codicias que, según él, ya estaba perdida.
Desde Denia, James Cuthbert llegó a la isla de Menorca, que ya hacía dos años que era territorio británico; allí pasó los pertinentes trámites burocráticos para que se le reconociera como inválido de guerra y con la pequeña compensación económica que recibió compró un maltrecho alambique de cobre a un comerciante gallego del que no se tiene constancia documental aunque, la verdad, los gallegos suelen ser omnipresentes.
El hombre ya tenía en la cabeza dedicarse a los destilados y tras establecerse en Ferreries, un pueblecito del interior de la isla, destiló alcoholes algún tiempo hasta que, junto con un comerciante menorquín, decidió importar bayas de enebro para producir ginebra. El negocio que surgió de allí fue considerable porque la enorme guarnición británica que protegía la isla, demandaba ese aguardiente para adjudicarse el pertinente estado ebrio de los días feriados.
Ganó así mucho dinero pero perdió su nombre, porque nadie en toda la isla le designaba de otra forma que Es Manxol de Ferreries por lo que en 1755 cuando, a la misma hora en que Lisboa era destruida por un aterrador terremoto, James Cuthbert falleció, nadie supo con qué nombre inscribirlo en los registros ni qué grabar en su lápida.
Solucionó el asunto un señor cura que decidió inscribirlo como Benigne Moll i Bonet, movido casi seguro por el buen carácter que Cuthbert mostró siempre, y eso mismo es lo que se puede leer en su lápida del cementerio de Ferreries: Benigne Moll i Bonet, Es Manxol de Ferreries.