13 sept 2010

El secreto mejor guardado por las fuerzas de la carcunda española, el dializador de conciencias, por fin ha salido a la luz pública.

Un equipo de investigadores de la prestigiosa universidad de Stanford (California, EE.UU.), tras años de meticuloso estudio, han dado con el ingenio que consigue mantener las conciencias de los defraudadores, sonrientes portavoces, corruptos politiquillos, trincantes profesionales, bandoleros presupuestarios, constructores amorales, obispos, presidentes de diputaciones, consultores financieros, consejeros delegados, alcaldes, controladores aéreos, confederaciones empresariales y fascistas en general, en perfecto estado de pureza y libres de remordimientos y desazones.

"Lo teníamos ante nuestras narices y no supimos darnos cuenta", ha declarado la directora del proyecto Laura J. Claxton en una reciente entrevista del Breaking News de la BBC.

El sistema es sencillo porque consta de un mueble de diferentes formas y valores artísticos que está presente en todas la sucursales que la gran multinacional Vaticano Industries Inc. tiene en España; en el interior de este mueble se halla, por lo común, un TEDD (técnico especialista en doblez y disimulo) que recibe a cualquier alma atormentada y en menos de cinco minutos la despacha feliz, segura de sí misma y sin atisbo alguno de compunción.

De este modo, toda la nómina de culpables a los que nos hemos referido, aparecen tras su paso por el dializador de conciencias, como modelos de virtud y mártires de arteras persecuciones.

6 sept 2010

Dormitar

Forma parte de la naturaleza humana el gustito por parar el despertador y arrancarle unos minutitos de sueñecete.

Debe ser así porque todos los relojes despertadores modernos incorporan una función denominada snooze que en español significa dormitar o adormecerse. Y si la industria del tiempo atrapado se ha gastado los cuartos será por algo.

El uso del snooze, la autorización para adormecerse, es también una concesión a la perecilla. Una perecilla que la industria relojera ha tasado en un máximo de nueve minutos.

Nueve minutos en las ciudades donde el metro es una mierda, pueden ser una eternidad y tener repercusiones formidables pero, en urbes civilizadas, no pasan de ser un pecadillo venial, una condescendencia que el sistema productivo capitalista tiene con los currantes que creen que transgreden la norma y resulta que la norma no permite más que nueve minutos de embeleco.