23 mar 2011

La extraña acreditación

La cola del registro civil avanzaba con irregular lentitud . En ella se encontraba Segundino Lozano para realizar un trámite para el que le habían asesorado que solamente necesitaría aportar su documento nacional de identidad.

Se miró los zapatos y pasó rápidamente a pensar que en cuanto saliera de allí buscaría un bar y se metería entre pecho y espalda un buen bocadillo de sepia con mayonesa con la compaña de una cerveza y después café. Así discurría la espera con leves adelantos y balanceos del  cuerpo ora sobre la pierna izquierda, ora sobre la derecha.

Terminó sus cuitas una anciana sorda recalcitrante y el siguiente ya era él.

Tras las zalemas, se inició lo que podría ser la resolución de un trámite sin interés, pero la amable funcionaria le invitó a que acreditase documentalmente que era el segundo de los hijos de su familia. ¡El bocadillo a tomar por saco!.

Lo primero que se le ocurrió fue ganar tiempo y preguntó, con muy buenos reflejos, si para tal acreditación era necesario aportar el libro de familia de sus padres, cosa que efectivamente era lo que se necesitaba.

Aunque Segundino era consciente de que sin tal opúsculo registral la mañana estaba perdida, quemó su última oportunidad y preguntó si por algún otro medio podría acreditarse la cosa.

El momento de duda que le sobrevino a la funcionaria del registro fue muy oportuno para que Segundino le largase una ristra de preguntas retóricas que posiblemente acreditasen que era el segundo hijo de su familia. Le preguntó si le bastaba con saber que en la caja donde su madre guarda las fotos, casi todas son de Primitivo Lozano, su hermano mayor. Le preguntó también si sería suficiente manifestar que más de la mitad de los besos y mimos que sus padres le dieron, los recibió a escondidas para que Primitivo no se enterase; si bastaría con decir que durante toda su infancia y parte de la adolescencia tuvo muy poca ropa propia porque la heredaba de Primitivo; si era acreditación bastante haber recibido los elogios en voz baja y a gritos los reproches...

Y se conoce que sí, porque la amable funcionaria le dio al teclado de su terminal, se levantó muy airosa hacia la impresora, asió el papel que saliendo retemblaba y le estampó un par de sonoros cuños antes de dárselo a Segundino y gritar “¡el siguiente, por favor!”

4 mar 2011

Médicos

El sueño de numerosos jóvenes consiste en convertirse en médicos, movidos sin duda, por el halo de glamour, prestigio y sex appeal que envuelve a esta profesión.

Para acceder a ella es preciso, por este orden, disponer de excelentes recursos económicos para entrar en una facultad de medicina privada, estudiar mucho y tener un notable expediente académico para ingresar en una facultad pública, tener buena memoria y, en cuarto lugar, ser hábil.

Con suficientes posibles y paciencia, cualquier botarate se convertirá en rey de la cirugía estética.

Con un apreciable expediente académico, los estudiantes serán médicos y algunos afortunados serán especialistas en cosas diversas.

Todos necesitarán casi tanta memoria como los elefantes y, por último, sólo los hábiles se convertirán en grandes cirujanos, pero lo que sí que es cierto es que su periodo de formación transcurrirá, como en ninguna otra carrera, en medio de una actividad sexual desbocada y progresivamente creciente a medida que se aproximen a la cima del follisque que es el MIR, a juzgar por lo que didácticamente nos muestra la televisión.

Quienes lleguen a ser médicos de familia no tienen por qué estar mohínos. Si disponen de una bata blanca con un amplio bolsillo superior para guardar en él entre veinte y treinta y dos bolígrafos, serán constantemente admirados mientras desfilan con porte elegantísimo por los pasillos del ambulatorio.

Los que pillen especialidad no solamente podrán mirar a la peña con estudiada indiferencia sino que podrán tener a los del párrafo anterior por mierdecicas y, como los jueces y fiscales, sentirse dioses mientras asisten a congresos variopintos que se celebran en los lugares más paradisíacos del planeta, todo by the face y en un clima de disipación sin cuento.

La clase médica, para terminar, tendrá siempre a sus dignos representantes metidos en emisiones radiofónicas o televisivas porque los periodistas -esa profesión del morbo, la frivolidad y el vacío- les reclamarán siguiendo una absurda y repetitiva agenda de alergias, peligros solares, dieta mediterránea y otras pollas en vinagre constantes año tras año.

Ser médico mola. Decir que lo eres (“soy médico”) epata y, ya lo hemos dicho, se folla de lo más; de manera que si sus hijos se deciden por la medicina, no se lo quiten de la cabeza porque hasta pueden terminar siendo actores.