La cola del registro civil avanzaba con irregular lentitud . En ella se encontraba Segundino Lozano para realizar un trámite para el que le habían asesorado que solamente necesitaría aportar su documento nacional de identidad.
Se miró los zapatos y pasó rápidamente a pensar que en cuanto saliera de allí buscaría un bar y se metería entre pecho y espalda un buen bocadillo de sepia con mayonesa con la compaña de una cerveza y después café. Así discurría la espera con leves adelantos y balanceos del cuerpo ora sobre la pierna izquierda, ora sobre la derecha.
Terminó sus cuitas una anciana sorda recalcitrante y el siguiente ya era él.
Tras las zalemas, se inició lo que podría ser la resolución de un trámite sin interés, pero la amable funcionaria le invitó a que acreditase documentalmente que era el segundo de los hijos de su familia. ¡El bocadillo a tomar por saco!.
Lo primero que se le ocurrió fue ganar tiempo y preguntó, con muy buenos reflejos, si para tal acreditación era necesario aportar el libro de familia de sus padres, cosa que efectivamente era lo que se necesitaba.
Aunque Segundino era consciente de que sin tal opúsculo registral la mañana estaba perdida, quemó su última oportunidad y preguntó si por algún otro medio podría acreditarse la cosa.
El momento de duda que le sobrevino a la funcionaria del registro fue muy oportuno para que Segundino le largase una ristra de preguntas retóricas que posiblemente acreditasen que era el segundo hijo de su familia. Le preguntó si le bastaba con saber que en la caja donde su madre guarda las fotos, casi todas son de Primitivo Lozano, su hermano mayor. Le preguntó también si sería suficiente manifestar que más de la mitad de los besos y mimos que sus padres le dieron, los recibió a escondidas para que Primitivo no se enterase; si bastaría con decir que durante toda su infancia y parte de la adolescencia tuvo muy poca ropa propia porque la heredaba de Primitivo; si era acreditación bastante haber recibido los elogios en voz baja y a gritos los reproches...
Y se conoce que sí, porque la amable funcionaria le dio al teclado de su terminal, se levantó muy airosa hacia la impresora, asió el papel que saliendo retemblaba y le estampó un par de sonoros cuños antes de dárselo a Segundino y gritar “¡el siguiente, por favor!”