Para acceder a ella es preciso, por este orden, disponer de excelentes recursos económicos para entrar en una facultad de medicina privada, estudiar mucho y tener un notable expediente académico para ingresar en una facultad pública, tener buena memoria y, en cuarto lugar, ser hábil.
Con suficientes posibles y paciencia, cualquier botarate se convertirá en rey de la cirugía estética.
Con un apreciable expediente académico, los estudiantes serán médicos y algunos afortunados serán especialistas en cosas diversas.
Todos necesitarán casi tanta memoria como los elefantes y, por último, sólo los hábiles se convertirán en grandes cirujanos, pero lo que sí que es cierto es que su periodo de formación transcurrirá, como en ninguna otra carrera, en medio de una actividad sexual desbocada y progresivamente creciente a medida que se aproximen a la cima del follisque que es el MIR, a juzgar por lo que didácticamente nos muestra la televisión.
Quienes lleguen a ser médicos de familia no tienen por qué estar mohínos. Si disponen de una bata blanca con un amplio bolsillo superior para guardar en él entre veinte y treinta y dos bolígrafos, serán constantemente admirados mientras desfilan con porte elegantísimo por los pasillos del ambulatorio.
Los que pillen especialidad no solamente podrán mirar a la peña con estudiada indiferencia sino que podrán tener a los del párrafo anterior por mierdecicas y, como los jueces y fiscales, sentirse dioses mientras asisten a congresos variopintos que se celebran en los lugares más paradisíacos del planeta, todo by the face y en un clima de disipación sin cuento.
La clase médica, para terminar, tendrá siempre a sus dignos representantes metidos en emisiones radiofónicas o televisivas porque los periodistas -esa profesión del morbo, la frivolidad y el vacío- les reclamarán siguiendo una absurda y repetitiva agenda de alergias, peligros solares, dieta mediterránea y otras pollas en vinagre constantes año tras año.
Ser médico mola. Decir que lo eres (“soy médico”) epata y, ya lo hemos dicho, se folla de lo más; de manera que si sus hijos se deciden por la medicina, no se lo quiten de la cabeza porque hasta pueden terminar siendo actores.
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