Pero eso no es más que una suposición porque sobre este hombre, del que no se sabe ni el segundo apellido, solo se tiene constancia documental de un día de su vida y ese día fue tremendo.
Salió por patas del chamizo en el que descansaba después de haber violado la noche anterior a una gitanilla. Le buscaban para matarlo.
Un atronador ruido cada vez más frenético le atrapó y seguramente pensó morir porque le llovían golpes desde todos los puntos cardinales. Apretujado contra un muro de piedra sintió una herida en un hombro que sangró a borbotones y entonces debió ser cuando se fracturó el codo.
No era posible que los gitanos le hubieran hecho eso sin terminar matándolo.
No habían sido los gitanos sino, como le explicaron después, un montón de moros a caballo poseídos por Satanás.
Le vendaron la herida pero a ratos volvía a manar y eso fue lo que le determinó a seguir con aquellas gentes a las que pareció encomendarse.
No comieron en todo el día y por la tarde, alguien trajo la noticia de que un grupo de valientes de Móstoles se dirigían armados hacia Madrid. Mariano del Peso oía, con progresiva deficiencia, como la indignación se apoderaba de esas gentes que parecían clamar venganza mientras se enfurecían cada vez más.
Había perdido el oído completamente cuando le entregaron un hocino oxidado seguramente para su defensa. Debió de preguntar lo que pasaba y en los labios de uno leyó que se iban hacia el cuartel de Monteleón.
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