La vida da muchas vueltas y lo que ayer causaba pavor, alimentaba negocios desmedidos y ocupaba a los medios de comunicación, como por ejemplo la gripe A, hoy pasa a segundo plano porque son los calaveras codiciosos de las agencias de calificación financiera los protagonistas del cotarro.
Algo parecido ocurre con los telediarios porque los hombres del tiempo han cobrado un protagonismo desconocido desde que llueve y las urbanizaciones proyectadas con el culo se inundan.
El hombre del tiempo siempre tuvo cierta relevancia pero pasaba sin pena ni gloria dando la espalda a un mapa de España muy parecido al que había en los colegios. Eran años en los que los principales interesados en la evolución del tiempo atmosférico eran los agricultores y ellos ya se compraban el calendario Zaragozano.
Cuando la sociedad urbana empieza a asombrarse de que en invierno haga frío, nieve o llueva porque, como las mejores guerras que libran los norteamericanos, se pueden trasmitir por televisión todos los meteoros y sus consecuencias, el hombre del tiempo empieza su crecimiento personal.
Las cadenas de televisión les conceden casi tanto tiempo como al Real Madrid, ganan un espacio propio, las casas comerciales les proporcionan vestimenta para su promoción y los tíos se permiten hasta contarnos los denuestos de Bóreas y Céfiro.
El rollo que meten en sus intervenciones es tan tupido y pastoso que aturde. Nos avanzan el tiempo que hará en Nueva Delhi o en Canberra. Pronto veremos concursos dentro de su espacio televisivo. Están tan crecidos que dan un poquete de susto y quizá sea el momento de mandarles a la mierda y no hacerles ya ni puñetero caso.
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