Aprendían estos artesanos su oficio con mucha paciencia para tener pocas equivocaciones porque las maderas que labraban eran nobles y noble también era el propósito que les movía: producir muebles para la vida.
Los maestros ebanistas pensaron en la funcionalidad y después en el ornato; de tal manera que el verdadero maestro sabía unir función y forma de un modo admirable.
A lo largo de los siglos, los ebanistas, sin dejar de ser artesanos, pasaron en muchos casos a ser artistas y de tal calibre que hasta crearon estilo. Thomas Chippendale por ejemplo era tan bueno el tío, que creó un estilo que lleva su nombre; eso es lo que debió de mover a los arquitectos a meterse en camisa de once varas e inaugurar la moda del mueble absurdo.
Volvamos al temazo porque a los ebanistas, que tan cómodos sillones, chaise-longues y sillas han puesto a nuestros culos, nunca nadie les ha ofrecido un doctorado honoris causa y por más que, como Chippendale, estuvieran en la cima jamás fueron ególatras o megalómanos como lo son esa otra clase de artesanos con delirios académicos, dedicados a lo perecedero, que hacen de la cocina una tremenda mixtificación científica.
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