30 ago 2012

Etiquetas


Las etiquetas deben satisfacer las expectativas; es decir, han de cumplir la función de ser bandera o expresión del producto que anuncian.

Cuando alguien ve desde lejos una etiqueta como éstas, sabe que está viendo aceite y puede acercarse y comprarlo.

Aunque la etiqueta está sujeta a la innovación del diseño, es preciso no traspasar la linde porque entonces ya no se sabe qué producto se está ofreciendo.

Con el vino estamos asistiendo a un desborde tan absoluto de los límites que merecería una tesis pero la modestia natural nos obliga a centrarnos solamente en dos ejemplos y un apéndice.

El primer ejemplo nos lo ofrece el vino Cerrogallina. Con esa etiqueta no podemos saber si el contenido de la botella es vino o un perfume estrafalario de alguna boba de Coria que se dedica al diseño.

El segundo ejemplo es un poquete más rebuscado porque el equívoco lo provoca el hecho de que la etiqueta del vino parece una marca de ropa y nos lleva a pensar que quizá en el interior de la botella haya unos calzoncillos. Se trata de un vino Tomás Postigo.

De la enorme petulancia y el superlativo ego que suponen hacer un vino y ponerle tu propio nombre, hablaremos en otra ocasión.

Y así llegamos al apéndice que viene a decir: Hagas como hagas la etiqueta, que no se te ocurra firmarla si tienes una caligrafía deleznable. Y es el caso de Vicente Gandía

No hay comentarios:

Publicar un comentario