
Se trata de la señalización que domina en las boticas españolas y que básicamente consiste en cruces griegas de diferentes colores, aunque siempre hirientes no solo a la vista sino también al intelecto, que parpadean sin cuento mientras nos dicen la hora, la temperatura y hasta el currículum del licenciado. Están estratégicamente colocadas para molestar a dos calles y son tan psicodélicas, que los moradores del piso superior a la botica, que las tienen prácticamente dentro de casa, sufren frecuentes accesos de ira y convulsiones.
Este es el motivo para odiar a los farmacéuticos puesto que, dentro del colectivo de homo sacer al que nos hemos referido al principio, son los únicos que deliberadamente agreden a sus conciudadanos seguramente con la idea de ser ellos también los que proporcionen el remedio al mal que causan.
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