Angustias Contumaces soportó abnegada las hostias de su
marido y el susto, es lo que la mantuvo a su lado durante quince años hasta que lo
apioló de un sillazo.
El susto, pues, contiene a la peña y por eso
siempre hay que estar administrándole sustos de distinto jaez: las grandes
epidemias (susto sanitario), las reformas laborales (susto existencial), la
eterna condenación (susto pío), la pertinaz sequía (susto hídrico), la
desmembración de la patria (susto reaccionario), etc.
Las diversas clases de sustos nos llevan a pensar que sus
administradores pertenecen a distintas ramas del terror. Es posible que sea
cierto, pero lo importante es que todos tienen el denominador común de ser unos
sinvergüenzas. Y, entre esos canallas, los peores son los que administran
arbitrariedad; porque con ellos el susto es endémico.
La silla que levantó Angustias Contumaces pesaba lo suyo y
por tal motivo hubo de girarla en el aire, como los lanzadores de martillo,
para que cogiera velocidad.
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