La mercantil que con más dolor encajó la revolución francesa de 1789 fue sin lugar a dudas, la dedicada al reinado. Hasta ese momento de eclosión popular, las casas reales implantaban el negocio del gobierno de los cuerpos con la misma facilidad que otras firmas comerciales implantaban el de las almas. ¡Qué han de saber los bancos lo que es negocio!
Los legales representantes de las casas reales, con ánimo multinacional, se instalaban donde fuera con tal de cumplir con su naturaleza regia. Sus partidarios y detractores, animados por el humano impulso de medrar, movilizaban a las masas hasta el extremo de la guerra, inculcando las ilusiones necesarias para que tal cosa fuese posible.
Un ejemplo muy bueno nos lo proporciona el ínclito Archiduque Carlos de Austria (Carlos III para los bobos que le siguieron) El hombre quería ejercer su labor profesional a todo trance y despertó las más altas esperanzas entre sus partidarios a los que dejó con dos palmos de narices en cuanto vio que podía ser emperador en otro sitio y por todo el morro.
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