Con la autoridad que se les supone a los toreros, ordenó al Vicentico que le sirviese el solisombra colmao del Ángelus.
Al primer tiento lo demedió con exactitud suiza. Miró a la parroquia sin demudar visaje y se arreó el resto con energía.
Cuando la mano derecha se posó suave sobre el mármol sucio de la barra, exhaló un suspiro. Y es que desde el 54 no se había conocido en el Chino, coño mejor servido que el suyo.
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