Cuando saltó a los televisores, radios y tabloides la alarmante noticia de que el restaurante El Bulli cerraba durante dos años, una creciente preocupación ensombreció los corrillos bursátiles y los amplios despachos donde los codiciosos botarates se ocupan de las finanzas de los bancos y realizan cerriles informes sobre economía.
Esas benditas almas orates, perdían un sitio donde derrochar en el embuste de la alta cocina; pero para la gente del común, el que ese restaurante cierre o abra importa un pijo.
Importa si el Chato abrirá el figón el sábado o lo tendrá cerrado, el muy cabrón, como suele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario