Consideren los lectores que se encuentran en el penoso
trance de iniciar obras de remodelación de sus cuartos de baño, la necesidad
que tienen del bidé y consideren también si les merece la pena conservarlo con
arreglo al uso que hacen de él.
La Real Academia
expresa la utilidad del artilugio de manera muy breve pero ilustrativa: recipiente ovalado instalado en el cuarto de
baño que recibe el agua de un grifo y que sirve para el aseo de las partes
pudendas. Para eso sirve el bidé, para tener las partes pudendas en
perfecto estado de policía.
El más común de los actos que requiere una
posterior y diligente ablución, es la deposición pues se han de evitar posibles
inconvenientes como la aparición de improntas en la ropa interior o los
desagradables frusfrús de la hendidura pandera que suelen ser sus precursores.
Pues bien, cualquier vendedor de sanitarios desechará su
idea de adquirir un bidé haciendo, además, visajes de notable disgusto como
para afearle a usted bien el ser un antiguo o un cerdo reprobable ya que, por
lo visto, después de cagar lo actual es darse una ducha. Lo sucio –cabría recordarles-
es el culo, no las otras numerosas partes y vericuetos.
Me cumple pues hacer la defensa del bidé como ingenio
sanitario de tan probada utilidad como el lavabo. ¿Si el vendedor de sanitarios
tiene las manos sucias, se ducha? ¿Si al terminar de comer nota mácula en los dientes, se ducha? Con toda seguridad los vendedores de sanitarios no se
duchan tras la deyección y, los impostores, van por el mundo con el ojete a medio
limpiar y no lo dicen, tal como le pasa a mucha gente desafecta al bidé.
En el tiempo de tinieblas para este imprescindible utensilio,
vindico al bidé e invito a su defensa ante la horda de mercachifles que lo
denuesta.