Con la intención de pasar la tarde amodorrado,
hizo acopio de cojines y también pescó una manta. El teléfono y las gafas,
cerca. Cuando le pareció que estaba todo dispuesto, se marchó a mear con el fin
de no tener la necesidad de cambiar de postura en mucho rato.
Cumplido que estuvo con el cuerpo, se acomodó
y fue arropándose metódico hasta dar con la postura ideal. Puso la tele en
marcha y buscó canales soporíferos; al momento dio con uno en el que estaban
poniendo un documental sobre África. Un dato atrajo su atención: una voz decía que uno de cada dos africanos carece de energía eléctrica con la que
hacer su vida más cómoda. Africanos hay a cholón, añadió la voz. El dato era muy interesante y le provocaba cierto disgusto pero la manta ya le daba el calorcito adecuado y se durmió.
El televisor siguió
a la suya con el documental que cuando terminó, sin solución de continuidad,
dio paso a otro presentado por un insigne antropólogo británico con sombrero
y pañuelo al cuello que iba acompañado por una actriz famosa en pantaloncete
corto y camiseta bastante prieta. Iban primero en una avioneta y luego en un
todoterreno japonés. Abrió los ojos un momento pero se giró al otro lado y siguió
sesteando. En la pantalla, el doctor antropólogo se volvía tarumba explicando a
su bella acompañante la gran maravilla que era encontrar una tribu como aquélla
en la que las mujeres salen a buscar agua y hierbas comestibles recorriendo
varios kilómetros y los hombres cazan monos y recolectan miel. Al rato abrió un
ojo y la actriz y el sabio ya volaban hacia Londres en un avión comercial.
La
tele la emprendió con unos que desde su yate marcaban tiburones blancos y él
siguió durmiendo durante casi todo el documental.