Las tarjetas de Juan Ferrándiz son un clásico |
La navidad
anglosajona certifica la tristeza de la española, por más cánticos que se entonen
con acompañamiento de zambombas, panderetas y botellas de anís. La temática del
villancico español se nutre de la historia
sagrada en su versión más gore y
por eso sus letras nos recuerdan que el niño Jesús ha de morir en la cruz, que
hay una corona de espinas que produce gran dolor, que al niño dios quieren
degollarlo… En fin, desbordan alegría.
Los cantos navideños
verdaderamente brillantes, los que transmiten alegría u honda emoción no son
autóctonos; lo nuestro es penar sin tregua o emborracharse cumplidamente.
Por su parte, la imaginería
navideña española gira en torno a la vida y milagros del niño Jesús. Otra vez
la historia sagrada de tono gótico con
el castillo de Herodes y sus romanos o los pastores borrachines y
escatológicos… Ver El Belén es lo
mismo que asistir a las procesiones de Semana Santa, solo que en miniatura.
Nada que ver con la iconografía europea.
La navidad
española es una verdadera cochambre cimentada a base de quimeras clericales y
culpa. Un lugar para la hipocresía donde no hay verdadero júbilo sino azumbradas
manifestaciones de contento propias del adviento que, como se sabe, es tiempo
de arrepentimiento.
Huir es una buena
opción; pasarse al bando de Santa Claus, otra.